Cuando veo a un niño me sorprende la capacidad de imaginación que poseen, cuando juegan pareciera ser que es tan fuerte lo que se imaginan que podrían llegar a tocarlo o verlo. De hecho creo que todos en nuestra infancia nos imaginamos que podíamos volar o saltar muy alto o desaparecer. La capacidad de imaginación es propia del niño, nadie le enseña a imaginar. Pero que sucede cuando se imagina que está escalando una montaña, y que al llegar a la cima quiere tirarse con un paracaídas, pero la montaña es la mesa y el paracaídas es una bolsa plástica. Si salta puede llegar a lastimarse, por eso el adulto lo baja de la mesa y le dice que es peligroso y que puede lastimarse. En definitiva, el pequeño no puede hacer todo lo que el quiere, necesita la guía y corrección de un adulto.
En la porción que leímos hoy, Pablo compara nuestra antigua manera de vivir con la de un menor, quien esta sujeto a sus tutores y que a pesar de ser dueño no puede hacer todo lo que el quiere. Así fue nuestra experiencia con el pecado. Como un niño queríamos hacer todo lo que deseabamos, pero para nuestra protección necesitabamos la guía de alguien que nos enseñe qué estaba mal o qué era peligroso, y esa persona era la ley. Entonces la ley solo nos revela nuestra condición; nos señala nuestros pecados; nuestra incapacidad de ser libres por nuestros medios. Pero llegado el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo "... a fin de que fuéramos adoptados como hijos." (verso 5) "...y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero." (verso 7)
Notemos lo que dice el verso 4, "...cuando se cumplió el plazo", lo que quiere decir que en algún punto de la eternidad Dios pensó en nosotros y planeó la intervención de su Hijo en la historia de la humanidad, para salvarnos de una condenación y para adoptarnos como hijos.
Dios pensó en mi y en ti, y elaboró todo un plan para que hoy podamos disfrutar de una relación de padre a hijo con él.
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