1 Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron,
2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:
3 «Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.
4 Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
5 Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.
6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
No podemos perder de vista el cuadro general, al desmembrar cada verso debemos recordar que todos tienen relación entre si y no podemos separarlos de su contexto, como lo mencione antes nos imaginemos una cadena y cada verso es un eslabón.
Entonces nosotros, como hijos de Dios, somos pobres en espíritu y nunca dejaremos de serlo, por ello todos los días de nuestra existencia necesitaremos del agua de vida que es Jesús, sin él nada podemos hacer. Si no nos consideramos así roguemos a Dios que nos quebrante ya que el reino de los cielos solo lo viven los pobres en espíritu. Cuanto más dependamos de Dios, más amaremos lo que él ama y aborreceremos lo que él aborrece, el pecado causará dolor y arrepentimiento en nuestro corazón, y el egoísmo será reemplazado por la humildad.
Como podemos notar la vida cristiana lejos está de ser monótona y aburrida, cada día es un nuevo desafío y una nueva oportunidad de crecer y vivir como Jesús vivió. La bienaventuranza de hoy nos desafía un poco más y escarba en nuestro corazón para encontrar un deseo de justicia, pero no cualquier deseo sino uno intenso. Recuerdo cuando tenía 15 años con un grupo de amigos fuimos a visitar la finca de uno de ellos, decidimos que lo haríamos caminando para disfrutar de la naturaleza, caminamos 12 km, no parecía tan lejos, menos para un grupo de adolescentes con todas las fuerzas para enfrentar todo tipo de desafío. Uno dijo "llevemos agua" y todos estallamos de risa argumentando "ni que fuéramos caminando a la Quiaca". Comenzamos la travesía, los primeros kilómetros fueron pura carcajadas, pero creo que el calor intenso no nos colaboró mucho, parecía el día más caluroso de la historia, o al menos así lo sentíamos, lo que al principio era todo una aventura se había convertido en una tortura, y se escuchó un "¡les dije, traigamos agua!" ya no contemplábamos la naturaleza, la mirábamos como lobos en busca de su preza, solo que nosotros buscábamos un poco de agua, el último km fue el más largo de nuestras vidas hasta que vimos a lo lejos nuestra meta, un portón de madera inmenso en el horizonte "¡Ahí, ese es! gritó alguien y todos comenzamos a correr como si nuestras vidas dependiera de ello, cuando llegamos vimos un tanque lleno de agua y nos amontonamos al rededor y bebimos, cuando nuestra alma volvió al cuerpo vimos que el agua no estaba para nada limpia pero no nos importó. Por supuesto, volvimos a casa en un camión y con una botella de agua. Creo que de esto se trata la sed de justicia, un deseo intenso.
Todos deseamos que la justicia se aplique, más en nuestros tiempos en el que la injusticia es moneda corriente. Cuando vemos hechos de injusticia como robos, hambre, asesinatos, homicidios, discriminación, etc nuestro deseo de justicia aparece. Pero cuando leo esta bienaventuranza me pregunto ¿en verdad deseo justicia? ¿cuanto la deseo? ¿deseo que en mi sociedad reine la justicia? ¿deseo la justicia como el hambriento desea la comida o el sediento el agua? Según este versículo ¿quienes serán saciados? ¿viviste algún hecho de injusticia? ¿puedes ver la injusticia en tu ciudad? ¿Cuánto deseamos la Justicia de Dios?
Creo que el hambriento o el sediento buscan como satisfacer su necesidad y veo que mi deseo de justicia no es tan intenso como creo, sino mis oraciones serian distintas, mi búsqueda de Dios para suplicarle justicia serían muy diferente. Yo quiero que Dios cambie mi corazón, y que mi deseo por ver la justicia de Dios en mi vida, familia y sociedad sea cada vez mayor.
¿Deseas la justicia como desea el agua un sediento o la comida un hambriento?
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